Hay determinados personajes que por el rol que asumen en una determinada sociedad están considerados como personajes públicos. A su vez, existe otro tipo de individuos, llamados personajes notorios que ya sea por su faceta profesional o porque han vendido su vida a los medios de difusión, están etiquetados como personajes notorios. Y por último, encontramos otro grupo mucho más amplio de personas, como tú y yo, que no somos ni públicos ni nada parecido, sino más bien personas privadas.
Pues bien, hecha esta aclaración sencilla, el problema radica en que hay unos parásitos llamados periodistas del corazón, que se dedican a hurgar en las vidas de aquellas personas famosas que no tienen ninguna voluntad de contar su vida en público. Los partícipes de dichos programas alegan que estas declaraciones se hacen en pro de la libertad de expresión y que cada medio es libre de publicar lo que quiera. No obstante, se olvidan de tres cosas importantes: derecho a la intimidad, al honor y a la propia imagen.
Cuando un equipo de fotógrafos se va a la playa en el mes de Agosto y hace unas fotos de los prominentes senos de Penélope Cruz junto con su compañero sentimental (me lo estoy inventando), la actriz no ha dado ningún permiso para que esto se haga, y por tanto, tiene derecho de no exhibir sus pechos ante la opinión pública del país. Como éste, hay miles y miles de ejemplos. Sin duda, los parásitos han ejercido la libertad de expresión como han querido, sin embargo, donde queda la vida privada de dichos personajes.
Por tanto me quejo públicamente de su actitud y aunque ya sé que nadie me va a hacer ni caso porque el beneficio es mucho más importante que lo que diga un bloggero pelele, me gustaría dejar claro que el periodismo es algo más que eso. Los líos sentimentales, las parafernalias y los cuerpos de los personajes más afamados suelen gustar, y por tanto, es una práctica típica de nuestro país (Spain is different). Me gustaría plantear una solución para esta infección social, sin embargo, creo que es algo que está arraigado en España y que no va a frenar. Sino observa la abundante representación de cadenas y revistas que comen a costa de estas personas.
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Que hablen de uno es espantoso. Pero hay algo peor: que no hablen.