Todos conocemos la creciente potencialidad de la expresión ciudadana en Internet. Asimismo, somos conscientes de que el paro está azotando a nuestra sociedad, y de que las tecnologías de la información están portándose como es debido en el siglo XXI. Por ello, la realidad actual del periodismo es radicalmente diferente.
Los diarios crearon su versión digital, algunas empresas impulsan su medio en la red y sobre todo, los ciudadanos, sin ningún título que nos de potestad para hacerlo, actuamos de periodistas. Todo esto tiene sus ventajas y sus inconvenientes, pero yo me voy a centrar más bien en lo segundo que para eso estamos aquí. Los puntos positivos ya los conocemos: mayor cantidad de conocimiento, más temas, más puntos de vista, todos somos uno, etc. Sin embargo, esta realidad ha provocado que se pierda uno de los valores más característicos de los que debe presumir un periodista de caché: la fiabilidad.
Cuando hace 10 y 20 años alguien se compraba un periódico en el quiosco de su calle, vivía con un sentimiento de que esos señores que firmaban debajo de los artículos les estaban contando absolutamente toda la verdad. Eran considerados como entes superiores, inalcanzables para nosotros, y en definitiva, elementos claves para la creación de la opinión pública.
Sin embargo, ya no queda nada de eso. Cuando una persona lee un blog sabe perfectamente que el creador puede estar a su mismo nivel y tener los mismos conocimientos sobre ese tema que él mismo. Además, en los medios digitales las noticias no son tan elaboradas y abundan los recursos multimedia y el hipertexto. Esto ha provocado que el objetivo fundamental de dichos medios sea informar breve e instantáneamente. De este modo, se diluye toda la riqueza expresiva e intelectual propia de los buenos periodistas.
Los valores han cambiado y las formas también. Personalmente no considero que esté mal, sin embargo, yo todavía sigo disfrutando de la frescura y el ingenio de las noticias en papel. Personas que escriben hay muchas, pero periodistas son muy pocos.
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